Capítulo 31: Cuestionar Como Parte De La Práctica
La atención es la vía a la Inmortalidad.
La inatención la vía a la muerte.
Los atentos no mueren.
Los inatentos son como si estuvieran ya muertos.
Dhammapada 21
La primera pregunta que le hice a un maestro Budista fue la siguiente, “¿Qué tipo de esfuerzo se requiere para practicar la meditación Zen?” Me contestó con su propiapregunta, “¿Quién es el que hace el esfuerzo?” Su respuesta me pareció sin sentido. La conversación terminó inmediatamente. Cuando reflexioné sobre este diálogo, llegué a la conclusión de que tendría que responder a ambas preguntas con mis propios esfuerzos. Comprendí que hay ciertas preguntas espirituales que solo se pueden responder por medio de la experiencia directa.
Al transcurrir de los años varias preguntas de esa especie han motivado y dirigido mi práctica espiritual. Los primeros años de mi práctica Zen fueron impulsados por una pregunta parecida, “¿Cómo puedo estar solo aunque esté en la presencia de otras personas?” En otras palabras, ¿cómo puedo tratar con otras personas sin temor ni manifestaciones del ego?Esta pregunta asumió importancia para mí después de un periodo de soledad en que había descubierto una libertad y paz superior a cualquiera que había experimentado anteriormente. En vez de recurrir a la soledad como solución a mis dificultades, la pregunta me empujaba a seguir explorando y practicando en medio de la congestión del ambiente social.
Después de un tiempo otra pregunta empezó a proveer dirección a mi práctica Zen: “¿Cómo me integro más completamente con el ámbito que me circunda?” O, dicho de otra manera, “¿Cómo supero la tendencia de contenerme, de guardar distancia y a veces hasta de ausentarme mentalmente de alguna actividad en la que estoy involucrado, desde la meditación sobre la respiración, mi trabajo, una conversación con mi esposa o el picar la cebolla?”Esta pregunta terminó siendo valiosa, pues enfocó mi práctica en las ocurrencias inmediatas en vez de mis ideales, mis esperanzas o mis preocupaciones personales. Lo interesante es que no dependí mucho de mis maestros para conseguir respuestas a la pregunta. Y es que este tipo de preguntas no se sujeta a respuestas fáciles. No nos basta alguna conversación con el maestro para responderlas a fondo. Más bien tenemos que hallar soluciones por nuestra propia cuenta una y otra vez en situaciones diversas de la vida rutinaria.
Richard Baker-Roshi, uno de mis primeros maestros Zen, recomendaba que los estudiantes reflexionaran minuciosamente sobre sus preocupaciones y preguntas hasta que encontraran el “meollo” de lo que los inquietaba. Él sabía que cuando hablamos con un maestro muchos somos propensos a narrar historias detalladas de nuestra vida y de nuestras relaciones antes de pedir un concejo. O sino, nos gusta hacerles preguntas abstractas sobre la filosofía Budista. No sabemos cómo enfocar nuestra cuestión. Como alternativa,Baker-Roshimandaba a que refináramos nuestras preguntas hasta que lográsemos identificar de donde provenían.¿Cuál identidad, cuál intención o cuálpunto de vista constituían su punto de origen? Por ejemplo, cuando yo era el supervisor en la cocina del monasterio tenía relaciones difíciles con el personal. En vez de hablar con el maestro reflexioné a largas sobre la tensión que nos aquejaba hasta descubrir que mi contribución al problema tenía que ver con mi deseo ansioso de caerles bien a otras personas bajo cualquier circunstancia. Cuando me di cuenta de esta característica de mi personalidad fue más fácil encontrar una solución a mi problema que tratar de resolver todas las dificultades una por una con los empleados de la cocina. Como consecuencia de este esfuerzo otras preguntas importantes salieron a relucir: “¿Quién es este ser o este “yo” que tanto ansia el aprecio de los demás?” Y, “¿Quién es esta persona que tiene dicha ansiedad?” En ese entonces, yo no sabía cómo responder. Sin embargo, al igual que la pregunta–“¿Quién es la persona que hace el esfuerzo?”–estas preguntas servían como estímulo para avanzar en la práctica.
Algo que también aprendí es que entre más serenos estemos al reflexionar sobre una pregunta lo más probable es que brote una respuesta en nuestro interior. Esto lo experimenté cuando tuve que decidir entre ingresar al monasterio y matricularme en la universidad de pos-grado. Cuando obtuve un espacio mental calmadodesde el cual podía considerar mis opciones me cayó de sorpresa la facilidad con que surgió una respuesta tan clara de ingresar al monasterio.
Cuando viví en el país de Birmania, otras preguntas claves empezaron a impulsar mi práctica intensiva de la meditación Vipassana. Una de ellas era, “¿Qué significa tener una práctica rigurosa?”Otra era la pregunta clásica, “¿Qué es el ser o el ‘yo’?” Esta última era una versión destilada de la pregunta “¿Quién es la persona que hace el esfuerzo?” O, “¿Quién es la persona que tiene ansias?” Estas preguntas, casi como si tuvieran voluntad propia, me instigaban a poner de lado mis preocupaciones personales y enfocarme sobre la investigación. Mi maestro Vipassana Sayadaw U Pandita reforzó este enfoque. Era bien estricto en exigir que los estudiantes investigaran la experiencia directa en vez de hacerse preguntas existenciales abstractas. El poseía tremenda confianza de que si observásemos con suficiente profundidad y claridad lo que estamos experimentando siempre podemos encontrar lo que fuese necesario para estar más libres y despiertos. Para él la única pregunta que parecía ser apropiada y universal era “¿Qué es esto que enfrentamos?” Su hipótesis era que el cultivo de la investigación relajada e ininterrumpida nos llevaría a descubrir a mayor profundidad los detalles de la experiencia del momento presente.
Cuando practiqué la atención plena de esta manera, me di cuenta que al hacer la pregunta “¿Qué es esto que enfrento?” era de más provecho tornar la mirada hacia las características de aquella consciencia que está haciendo la pregunta. Cuando la consciencia se observa a si misma se aprende mucho. Salen a relucir los apegos, las aversiones y la complacencia que posiblemente están afectando nuestra práctica. Y quizá más profundamente, la auto-observaciónpuede revelar la naturaleza vacía de nuestros auto-conceptos, de todos los conceptos que tenemos del ser, de un conocedor que tiene experiencias.
El valor fundamental de la investigación en la práctica Budista consiste en fortalecer nuestra confianza, ecuanimidad y capacidad para permanecer abiertos bajo toda circunstancia. Y cuando la meditaciónproduce la ecuanimidad madura, una pregunta simple o una investigación de posibilidades antes desconocidas puede ayudarnos a desatar los últimos lazos de nuestra dependencia de un mundo compuesto por elementos transitorios y a impulsarnos a una más amplia libertad.